Era una mañana como cualquier
otra, levantarme a mi nueva vida que en ese o este momento no sabía ni cual
era, por un tiempo los días laborales habían terminado y mi cabeza confundida
no sabía qué era lo correcto. ¿Qué quería? ¿Cómo continuaría todo esto?
Salí de la cama y cómo todos los
días me quedé en pijama, agarre un libro para leer y me puse a tomar mate, era mi nueva rutina.
Días seguidos iba repitiendo lo mismo. No me cambiaba la ropa, no me bañaba y
pocas ganas de hacer cosas o de vivir tenía. No quiere decir que ahora las
tenga, pero a veces creo que las cosas van cambiando.
Mi cuerpo se siente prisionero,
soy esclava de mi misma, hago cosas que quizá a otros le sucedan y también se
identifiquen conmigo. Las barreras de mi prisión son fuertes y cuesta romperlas.
¿Cómo luchar? ¿Cómo librarme?
Me siento en la silla, me paro,
la acomodo, me vuelvo a sentar, vuelvo a correr la silla, me vuelvo a sentar y así
un par de veces más. Adapto mi postura que tiene que estar de determinada
manera, sino hasta que no logro la
posición deseada no paro de amoldarme, en ese momento después de dar tantas
vueltas, pienso en las pantuflas que están colgando de mis pies y si no logro
situarlas en su lugar en unos segundos algo sucederá, aunque no se qué es lo
que pasará, sé que es malo por las dudas sitúo mis pies con ellas apoyándolas
en el suelo sin que una este a un centímetro más de la otra. Tienen que
encontrarse empatadas en sus posiciones. Todavía no logro comenzar a leer el
libro. Agarro la pava, comienzo el mate mientras intento leer, mi lectura ya no
es la misma de antes, pareciera que mi comprensión lectora ya no existiera y
algunas páginas las leo y las vuelvo a leer.
Comienzo con mis quehaceres
diarios y sé que se vienen otras torturas. Lo primero que hago es cambiarme, de
bañarme ni hablar. ¿Qué ropa me pongo? ¿Por qué tengo que pensar que si me
pongo esto o aquello me va a traer mala suerte y mi día va a ser nefasto? Logro
cambiarme a veces con facilidad y otras veces temerosa, elijo algo con lo que
pueda pasar desapercibida y no llamar la atención.
Comienzo con mis tareas diarias y
sé que llega el momento de colgar la
ropa, algo tan simple para todas las amas de casa y tan tortuoso para mí. Un
color para una cosa, un color para la otra. Azul como el cielo y amarillo como
el sol para mis hijos, color verde también está permitido para ellos. Color madera ¡Es la muerte! ¿Qué hago
con esos broches? Muchas veces fueron destinados para la ropa de mi marido y
más veces fueron puestos en mi ropa, destinados a mí, destinados a mi muerte
como si un simple broche me llevaría eso ¡Malditos broches de madera que no me
dejan vivir! Por qué tengo que colgar la ropa? ¿Por qué la madera la relaciono
con la muerte? Cuelgo la ropa rápido, como huyendo de una tragedia. Tragedia
¿de qué? ¿De un asesinato de broches? ¿de un linchamiento de broches? Broches
de madera, transformándose en mis verdugos, en mis carceleros porque en
definitiva eso es lo que son.
Me miro las manos, los malditos
anillos, para colmo de los colmos tengo infinitos anillos de los cuales sólo
algunos puedo usar y por supuesto que cada uno en el dedo que corresponde, a no
confundirse de dedo porque no se sabe qué cosa mala pueda suceder, me escucho y
ni yo lo puedo creer, un anillo en el dedo equivocado puede provocarme muchas
cosas desde una ataque de pánico, de ansiedad, dolor de panza y por supuesto
siempre estar esperando lo peor. Hace poco tuve un logro, cómo no usar los
anillos en sus dedos destinados o por fin cambiar de anillos y poder usar
aquellos tan bonitos y brillosos que tenía guardados.
Tengo el cuello encadenado con un
gato hermoso, amo los gatos, pero debe hacer más de siete años que mi cuello
está protegido por ese dije que no me puedo sacar y el día que logro quitármelo
viaja conmigo dentro de mi cartera.
Hablando de carteras, cuando
elijo una para usar en una ocasión especial si siento que ese día me va mal
dejo de usarla y la cartera queda
archivada en el ropero hasta que esa sensación se me pasa y puedo lograr usarla
nuevamente, pero el problema continúa en el momento de abrir y cerrar la
cartera, lo hago tantas veces como cuando tengo que guardar el dinero en la
billetera abro, cierro, abro, cierro…
Lo mismo me ocurre con las
llaves, de la casa, del auto pongo, saco, saco pongo hasta que se me pasa la
sensación de que todo va a estar bien.
Y si llega el momento del baño y
en el espejo se hace vapor, debo formar un círculo en el espejo y mirarme la
cara tres veces mientras abro y cierro la puerta del baño tres veces también.
Para lavarme los dientes los números cambian me tengo que enjuagar la boca en
tandas de seis veces, seis, seis, seis y no está relacionado con el diablo 666,
sino con que en cada enjuague pienso en mis hermanos que son seis. En total son
18 enjuagues, no me pregunten por qué.
Y así va transcurriendo mi vida
de esclava, cada segundo que va transcurriendo el día pueden aparecer cosas
nuevas, cosas que se van sumando. Y ni hablar si tengo que salir de casa toco
todo lo que se me va cruzando en el camino desde objetos, perros, gatos,
puerta, reja, toco una, toco la otra y vuelve a empezar el ciclo.
Por supuesto que todos los días
hay muchas propuestas de parte mía de lo que debo y no debo hacer, de cómo
hacer para superar estas situaciones que la verdad no sé cómo llamarlas. Y así
empieza mi día.
Hoy me toca salir con mis amigas,
por supuesto que todo tiene que estar híper chequeado, y es ahí donde comienzan
un sinfín de interrogantes ¿vale la pena ir? ¿El baño estará cerca? ¿Qué me
pongo? ¿Qué colores uso? Por supuesto siempre termino con un hermoso color
negro y con mi uniforme de la buena suerte que me hace sentir segura; pantalón
negro, con una camperita negra, bien de luto por las dudas, cada cosa en su
lugar, los aros, las pulseras, los anillos sin escaparse de sus dedos destinados,
el peinado siempre el mismo y lo único que no pasa desapercibido es el color de
mi pelo que desde siempre está teñido de color rubio. Para que cambiarlo a esta
altura de mi vida.
Y llega el momento de la comida y
empiezo a dudar que es lo que deseo
comer, no vaya a ser que lo que
elija me haga ir al baño o me provoque una alergia porque ahora también se me
sumó que todo me va a provocar una alergia y voy a morir atragantada.
Me relajo, a veces lo logro y
paso unos momentos inolvidables sintiéndome orgullosa de mi misma otras veces
corro al baño con alguna amiga que me hace de cómplice y me lleva todo mi kit
para estas ocasiones en el cual llevo desodorante, toallitas de bebe, alcohol
en gel y no sé cuántas cosas más y pensar que muchas veces mis amigas se ríen
de mi pequeño o grande kit, pero más de una vez ayudó a cualquiera a salir de
alguna que otra situación.
Mi vida transcurre rodeada de
alertas, es cómo tener un aliens , un monstruo dentro del cuerpo que te va
poniendo a cada momento ideas en la cabeza, hoy vas por esta calle, doblas a la
derecha cuidado no pises las rayas blancas de la senda peatonal, contar los
pasos que tardas en hacer un recorrido, previa estimación de cuántos pasos van
a ser y así va transcurriendo el día lleno de angustias y dolores de panza y el
cerebro que te estalla y esa lucha interna con ese otro que está dentro tuyo y
te hace hacer tantas cosas, pero en realidad SOS vos misma haciendo todo eso
que te hace prisionera de tu propia vida.
Propuestas, metas, todos los días
lo mismo ¿cuándo se acabará está tortura?
Anoche tuve un sueño: me
despertaba y me desperezaba como un gato, me levantaba con mi libro en la mano,
me tomaba unos mates leyendo y las pantuflas rodaban por el piso sin ninguna
carrera por medio.
Me bañaba y elegía la ropa más
linda y llamativa, la de los colores más hermosos como para que la gente piense
ahí va ella, luciéndose con esa ropa colorida y primaveral.
Los broches no tenían colores
porque eran simples broches para colgar la ropa, no tenían ni el color del sol,
ni el del cielo, ni siquiera el de la muerte. Eran broches que ya no me seguían
para torturarme, estaban ahí colgados quietitos, quemándose con el Sol.
El Sol, ese Sol que muchas veces dejé de
disfrutar porque veía el día gris hoy me saludaba y me bañaba con sus cálidos
rayos tibios.
Ya no me importaba, ni el vapor del baño, ni los anillos en los
dedos indicados, ni saltar rayas de la senda peatonal, ni contar pasos, ni los
dolores de panza, ni abrir, ni cerrar carteras, ni pensar en despedirme de las
cosas al salir de casa, ni dar vuelta la llave tantas veces sea necesario.
Sólo quería ver la vida,
disfrutar la vida, ver los niños felices y no pensando, como lo venía haciendo,
que llevan una tristeza escondida y nadie se da cuenta de su pena, hoy veo
niños felices disfrutando de su vida.
A los barrotes de mi prisión ya no los veo, no
los siento, puedo decir que dentro mío ya soy una persona no me siento dividida
en dos.
¡No quiero despertarme! Y me
pregunto ¿Estoy despierta?
No puedo responder solo sé que…
¡HOY VIVO!